Y la encontré sentada en una de las sillas recién pintadas, me miró a los ojos y entró en mí. Ella sabía que la noche anterior la había buscado entre las sábanas por eso no dudó en traer su mochila e instalarse en mi casa, llenar cada espacio de silencios reflexivos.
Al principio fue dulce conmigo logró que hallara una melancolía que sabía a amar sin tiempo. Pero mientras corrían las horas, más frías se ponían mis manos y más lejos se encontraba el deseo de ver el sol.
Entonces descubrí que aquella dulzura ya no era la misma, se había convertido en extrañar, pero no en cualquier añoranza sino en aquella que nos hunde, nos vacía la mente, se mezcla con nuestra sangre y llena de tristeza hasta los corazones nuevos.
Por un momento pensé que la convivencia podía resultar, puesto que ella era casi imperceptible, pero mis ojos se iban poniendo cada vez más rojos de tanto llorar y mis pies convertidos en hielo buscaban insesantemente el calor de sus pies o sus abrazos anhelados.
Y así, sufriendo la ausencia de mi Vida me dejé arrastrar hasta la cama para cerrar los ojos; tal vez pensando en escaparle a todo aquéllo...
Una vez más, la noche convirtió en sus palabras de amor, un refugio para todos los miedos de ver alejarse los recuerdos.
Este mediodía le pedí que se fuera y me dejara con los momentos que revivían mi Amorr. Creo que entendió que con esas lágrimas derramadas y con cada suspiro, yo le entregaba mis penas, no mi ilusión, ni mucho menos las esperanzas de tener el deseado tiempo de paz.
Por eso, en esta tarde lluviosa veo a mi compañera, la Angustia, cerrar el portón de calle, despojarse de mis dolores, devolverme mi cálida sonrisa y marchar... marchar muy lento pero, por fín, irse.
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